Ilustración: paperbridgeee para Lausan.

La amenaza de la división en tiempos de pandemia global

El aumento de la xenofobia en la diáspora dificulta la lucha contra el nuevo coronavirus.

Texto original: 【Discrimination isn’t helping to contain the coronavirus】, publicado en The Nation

Autor: JN Chien

Traducido del inglés por Zhen J.

Traducido por voluntarios de nuestra comunidad. Póngase en contacto con el equipo de traducción si tiene preguntas. Lee el artículo en inglés, francés y chino.

Justo antes de que el primer caso del nuevo coronavirus (conocido también como 2019-nCoV) fuera confirmado en Hong Kong el día 22 de enero, la población hongkonesa se encontraba al borde del pánico.[1] Los primeros casos habrían aparecido el último día de 2019 en una de las ciudades más transitadas de China, Wuhan. Circulaba el rumor de un brote desconocido, similar a la gripe, que había comenzado a extenderse como la pólvora en las redes sociales chinas, y la prensa hongkonesa avisó de un posible regreso del SARS.

En Hong Kong recordaban cómo el Partido Comunista Chino había ocultado información crucial durante los brotes para mantener la buena imagen en la epidemia del SARS del 2003. El patrón se repitió hace poco: cuando un pequeño grupo de profesionales de la salud en Wuhan comenzaba a avisar de posibles infecciones en diciembre, la policía optó por reaccionar increpándoles (y deteniendo al menos a uno) por “difundir rumores”. El doctor Li Wenliang, denunciante principal, había sido además infectado. El jueves, varios medios chinos declararon su muerte, a pesar de que el hospital aún afirmaba que seguía vivo, aunque en estado crítico (al final se confirmó su muerte de manera oficial el viernes). Si los datos oficiales en China son correctos, más de 600 personas han muerto a nivel global, mientras que hay más de 31000 casos de personas infectadas.

La situación en Hong Kong no ha hecho más que empeorar: la negativo del gobierno local a mostrar transparencia acerca de la extensión del virus, su rechazo a actuar decididamente para contenerlo y la escasez de recursos en el sistema sanitario público han provocado una saturación de trabajadores de la sanidad. El 3 de febrero, cientos de trabajadores hongkoneses protestaron contra la decisión de la directora ejecutiva de Hong Kong Carrie Lam de cerrar la frontera con China continental. Tras una muerte y 21 personas infectadas, la administración de Lam tuvo que anunciar que pondría en cuarentena a cualquiera que viajase desde China continental empezando este fin de semana.

Oficiales en Hong Kong, profesionales de la sanidad y el público se encuentran con numerosas complicaciones para legitimar propuestas y preocupaciones sanitarias mientras también han de gestionar una larga historia de conflictos.

En Hong Kong hay una dificultad adicional para las autoridades sanitarias: la amenaza cada vez más presente del coronavirus se ha sumado al resentimiento extendido ya existente contra la población china procedente del continente. Oficiales en Hong Kong, profesionales de la sanidad y el público se encuentran con numerosas complicaciones para legitimar propuestas y preocupaciones sanitarias mientras también han de gestionar una larga historia de conflictos, en los que la gente hongkonesa ha criticado a la china por todo; desde el comercio paralelo (comprar bienes en Hong Kong para venderlos en China) hasta la sombra de la violencia social en Hong Kong. La ira contra miles de turistas continentales que visitan Hong Kong cada año, su extraordinario consumo y su presunta monopolización de recursos locales mediante el “turismo de parto” dio lugar a un epíteto local: “locusts” (del inglés, usado de manera despectiva).

En 2012, el Apple Daily, con la recaudación de usuarios de un foro hongkonés,publicó en su versión impresa un anuncio a página completa en el que se podía observar un locust gigantesco mirando por encima la ciudad. Las protestas, que comenzaron el año pasado, han remarcado numerosas manifestaciones de este sentimiento anti-continental: el pasado verano, varios protestantes ataron y golpearon a dos chinos en el aeropuerto de Hong Kong y se enfrentaron contra las llamadas dai ma, mujeres chinas que suelen bailar en parques públicos. Desde que la crisis del coronavirus comenzó, en Hong Kong se han organizado protestas con la demanda de exclusión a todo visitante de China continental.

En los Estados Unidos, donde se han confirmado 12 casos, y en Canadá, donde hay 5, ha habido denuncias de agresiones verbales, y en algunos casos físicas, hacia gente identificada como “asiática”. El 30 de enero, la Universidad de Berkeley fue el foco de las críticas después de que su centro de servicios médicos estudiantiles publicara una lista (ya eliminada) con el propósito de tranquilizar a estudiantes de “típicas reacciones” hacia las noticias relacionadas con el coronavirus. Estas reacciones incluían sentimientos de xenofobia hacia la gente asiática. Además, la administración de Trump ha declarado el coronavirus como una “emergencia sanitaria pública”, incluso después de que los Centros de Control de Enfermedades y la Agencia Pública de la Salud de Canadá incluyeran el coronavirus para la población general como un riesgo de magnitud no muy elevada en aquel momento. Esta podría ser una contradicción más de las que habría de esperar en la administración de Trump, pero la retórica apunta hacia una historia más larga: una de prejuicios racistas que señala a la población china como sucia y portadora de enfermedades.

El prejuicio contra la gente asiática es, como es de esperar, mayoritariamente desde gente que no es asiática. Pero lo que es una novedad es que algunos miembros de las diásporas tanto de Hong Kong como de otras asiáticas en Canadá y los Estados Unidos también están contribuyendo a las historias xenófobas. En un intento para distanciarse del estigma, han ayudado a difundir rumores en los medios de comunicación en inglés en los que se reporta que la población china presuntamente vacía el abastecimiento de mascarillas en Hong Kong y en Norteamérica, como también se han difundido imágenes y vídeos sensacionalistas de “sopa de murciélago” y teorías conspiranoicas acerca de espionaje científico y guerras bioquímicas. Miembros de estas diásporas tanto en Canadá como en Estados Unidos han llamado a cerrar escuelas públicas y han sugerido a la administración de Trump a “la protección de nuestra patria de los EEUU” para cambiar urgentemente las políticas de fronteras en Hong Kong; todo bajo el manto de preocupaciones “proactivas” sobre la salud pública.

El jurado aún está decidiendo si restringir los viajes y limitar las fronteras para contener la extensión del brote. Estudios pasados de otras pandemias, incluyendo el H1N1 en 2009, sugieren que las restricciones en los viajes podrían solo retrasar la transmisión, antes que detenerlas por completo. Las decisiones de Trump por vetar la entrada a cualquier persona extranjera que hubiese viajado a China en las anteriores dos semanas y la cuarentena selectiva de ciudadanos estadounidenses que viajaron a China han levantado polémicas, como es en el caso de la ACLU (Unión Estadounidense por las Libertades Civiles). A pesar de la falta de consenso, miembros de la diáspora hongkonesa y su población han continuado su presión sobre una mayor seguridad y vigilancia sobre las fronteras citando “la salud pública”. Son pocas personas las que saben, sin embargo, que “la salud pública”, como una serie de prácticas administradas por el Estado, no tienen mucho que ver con razones neutrales, ni en Estados Unidos ni en Hong Kong.

‘La salud pública, como una serie de prácticas administradas por el Estado, no tienen mucho que ver con razones neutrales.

Como señala la historiadora Nayan Shah, la ciudad de San Francisco desarrolló unas políticas de salud pública en el siglo XIX que marcaron a residentes de origen chino como portadores de enfermedades para proteger a la ciudadanía blanca. A la población china se le marcaba como una en necesidad de mejora a través de la asimilación hacia los valores “saludables” y las prácticas de la sociedad anglo-europea. Durante el brote de cólera de 1890 en Vancouver (la cual, como en San Francisco, tiene un largo historial de migración china), Chinatown fue señalada de manera similar, tanto por los medios de comunicación como por oficiales de la salud pública.

Por otra parte, la lógica de segregación por “salud” en Hong Kong  tiene sus raíces en el colonialismo: en 1904, cuando la plaga bubónica asolaba la ciudad, la administración colonial británica implementó la Ordenanza de reserva de Peak District, que restringía la presencia en Victoria Peak (el punto más elevado de la isla de Hong Kong) a residentes que no fueran de origen chino. Mientras tanto, miles de familias étnicas chinas eran expulsadas de sus casas en un esfuerzo de la ciudad por sellar edificios “contaminados”. Las consecuencias fueron las muertes de miles de personas. Cuando hubo una gran cantidad de refugiados que escapaban del Partido Comunista después de su establecimiento en 1949, la población de la ciudad se cuadruplicó en cuatro. El régimen británico aprovechó para moldear su definición de esta nueva población como atrasada y carente de higiene, a diferencia de aquellas personas chinas que habían crecido bajo el mandato colonial.

La retórica de que migrantes (especialmente aquellos que no son blancos) suponen riesgos para la salud de la sociedad revela las tensiones actuales en la diáspora. Contener el coronavirus supondrá una colección de datos con precaución de los historiales de viajes para asegurarse de que la gente que podría haberse expuesto pueda tener sus respectivos tratamientos, al igual que el acceso a información médica relevante. No obstante, la información más popular acerca de la salud pública no reconoce su parte racializada, permitiendo así que el discurso se convierta en una xenofobia generalizada hacia la población china.

En particular, la disponibilidad de mascarillas se ha convertido en un punto de inflexión a nivel global, ya que los suministros disminuyen, las líneas de producción no pueden mantenerse al día y las personas acaparan o revenden su stock con un margen de beneficio. La proximidad de Hong Kong al epicentro del coronavirus junto al rechazo del gobierno local para entregar mascarillas para asegurar una cantidad adecuada de suministros han convertido el problema en uno considerable. La gente que vive en los Estados Unidos y en Canadá tienen por el momento menos causa para alarmarse, pero la diáspora hongkonesa y asiático-americana ha continuado la perpetuación de estereotipos en línea hacia la población de China continental, que presuntamente compra grandes cantidades de mascarillas de las farmacias norteamericanas y otros locales. Para algunos, recursos como estos deberían reservarse exclusivamente para “canadienses/estadounidenses reales”. Otras personas, por su parte, han recurrido al imaginario del “locust” utilizado en Hong Kong para vilificar a gente procedente de China continental, como es el caso de un hongkonés que vive en Canadá y tuiteó que cualquiera que quisiera comprar mascarillas debería poseer un documento de identidad canadiense válido.

Esta parte de la diáspora que ha alimentado la xenofobia anti-continental también intenta ser el modelo ‘correcto’ de persona asiática.

Esta parte de la diáspora que ha alimentado la xenofobia anti-continental también intenta ser el modelo “correcto” de persona asiática, insinuando una imagen de compromiso altruista por la salud pública en el que trabajan en consonancia con el poder. Además, también se subscriben al mito de la escasez artificial donde también culpan a un otro invisible por la disminución de suministros de mascarillas, cuando es el Estado en realidad el que ha fallado al informar adecuadamente al público y en distribuir los recursos que necesita.

Cabe recordar que la gran mayoría de las personas afectadas por el coronavirus se hallaba en Wuhan, en la provincia de Hubei, donde millones continúan bajo una estricta cuarentena, con poca información y escasez de recursos. Como siempre, quienes no tienen acceso a la información o a los cuidados son las personas más afectadas. El prejuicio no les ayuda: expertos han notado que, en relación al VIH, estigmatizar a quienes podrían estar en riesgo de infección o ya infectados podrían también alejarse del tratamiento y así crear menos focos visibles de transmisión. En el caso del coronavirus, el estigma de la infección puede ser una barrera para su tratamiento y contención adecuadas. En China, algunas ciudades han baneado la entrada hasta a sus propios residentes, llevando a muchas personas a la calle.

Afortunadamente, también ha habido una respuesta contra la xenofobia anti-continental. Toronto fue una de las ciudades norteamericanas más afectadas durante la pandemia del SARS en 2003, donde cerca de 400 personas fueron infectadas y 44 murieron. Este año se han detectado tres casos de coronavirus en la provincia de Ontario, y muchas personas chino-canadienses se han encontrado con la misma discriminación que experimentaron durante el SARS. Pero la diáspora hongkonesa, china y sus aliadas en la ciudad han encontrado maneras de aprender con el trauma del SARS para combatir colectivamente contra los prejuicios.

Después de que algunas familias circularan una petición a las escuelas públicas en las que demandaban vigilancia obligatoria y auto-cuarentena a estudiantes y familias que habían viajado a “cualquier ciudad de China”, administradores escolares tuvieron que redactar unas declaraciones para rechazar las peticiones. Poco después, el alcalde de Toronto condenó estas medidas y a la sinofobia en general. De manera similar, en California, donde había un mayor número de casos en Estados Unidos, la representante demócrata Judy Chu pidió a sus seguidores que “no se extendiera el miedo a la población asiática”. Oficiales de la salud pública se sumaron en Los Ángeles a esta iniciativo, avisando de las consecuencias del racismo.

Mientras tanto, la mala gestión del gobierno chino con las noticias relativas a la muerte de Li Wenliang incrementaron las demandas por la libertad de expresión en China, tanto por continentales como por hongkoneses. Una parte de la diáspora, que cae en miedos nacionalistas, no solo perdieron la oportunidad de una solidaridad mayor; también dañaron los esfuerzos para contener la pandemia. Como las historias sobre racismo y estigmatización de los cuidados de la salud enseñan, no siempre se puede reclamar el intento de “proteger” a la población directamente. Deberíamos ser capaces de separar entre las acciones necesarias contra esta enfermedad del chovinismo que tanto parece su compañero natural.

Notas al pie

[1]El 11 de febrero de 2020, la Organización Mundial de la Salud anunció tardíamente que el nombre oficial para el nuevo coronavirus sería COVID-19 (enfermedad del coronavirus 19).