Ilustración: paperbridgeee para Lausan.

Cuando una enfermedad se racializa

El coronavirus se suma a un racismo profundamente arraigado, donde el miedo se convierte en vía libre para la xenofobia.

Texto original: 【When a disease is racialized】, publicado en Briarpatch. Republicado con permiso.

Autor: Edward Hon-Sing Wong

Traducido del inglés por Zhen J.

Traducido por voluntarios de nuestra comunidad. Póngase en contacto con el equipo de traducción si tiene preguntas. Lee el artículo en inglés y francés.

Como alguien que creció en Hong Kong durante la epidemia del síndrome respiratorio agudo grave (SARS), ya estoy familiarizado con el trauma y la angustia asociados a los brotes de enfermedades. Con la escuela cerrada por casi un mes, estaba constantemente pegado a la televisión para mirar el conteo de muertes diarios. El miedo y el pánico eran tangibles con los centros comerciales y restaurantes vacíos, que de otra forma habrían estado llenos. Pero este miedo real a las enfermedades y a las pérdidas suelen ir acompañados de un racismo arraigado en la sociedad, donde el temor allana el camino para la xenofobia. Este fue exactamente el caso durante el brote del SARS en Canadá. Hoy, estamos presenciando lo mismo con el nuevo brote de coronavirus (2019-nCoV).

La epidemia del SARS en 2003 tuvo serias consecuencias para la salud de muchas personas en Canadá, con 438 presuntos casos y 44 muertes. Pero para las comunidades chinas y sudeste asiáticas en Canadá, también hubo consecuencias sociales y económicas importantes. El racismo anti-asiático, alimentado por los medios de comunicación principales, llevaron a los comercios y restaurantes chinos y sudeste asiáticos a grandes pérdidas económicas, debido a la nula presencia de clientes (se estima que hubo una pérdida entre el 40% y el 80% en los Chinatowns de Toronto). Hubo un impacto especialmente significativo entre trabajadores de las comunidades sudeste asiáticas y chinas (entre quienes se encontraban trabajadores de hostelería y del hogar) que perdieron muchos trabajos por presunciones racistas. A todo esto se añadían incidentes diarios de acoso verbal y violencia física hacia quienes se leían como personas chinas.

Pero este miedo real a las enfermedades y a las pérdidas suelen ir acompañados de un racismo arraigado en la sociedad, donde el temor allana el camino para la xenofobia.

Justamente, hace una semana la sucursal de Toronto del Consejo Nacional Chino-Canadiense (en el que yo co-dirijo) ha recibido llamadas y correos de indignación que culpan a la comunidad china por el brote de coronavirus. Los mensajes racistas y las fake news han contribuido significativamente a todo ello en las redes sociales. El periodista de CTV Peter Akman fue despedido por una publicación en Instagram donde insinuó que estaba en riesgo de contagio por su barbero asiático. Estuve hablando con gente china que me contó que sus propietarios estaban pensando en cómo desalojar a inquilinos de la comunidad china por el miedo al coronavirus, y que habían denunciado comportamientos discriminatorios en oficinas gubernamentales y en tiendas locales.

Pero estos incidentes no son una respuesta sin precedentes a la crisis; en su lugar tienen sus raíces en una larga historia en la que se ha clasificado a la gente china como inherentemente enferma y antihigiénica. En 1890, durante la extensión de cólera de Vancouver, la prensa local pidió que el gobierno tomara medidas contra Chinatown. Aunque no había pruebas de que la cólera hubiera comenzado en ese vecindario, el ayuntamiento nombró a Chinatown como una “entidad oficial” en los informes del comité de salud, una designación que obliga al personal de la ciudad a poner el vecindario bajo un escrutinio más detallado por infracciones de la ley. Ningún otro vecindario recibiría esta designación o recibiría el foco de las críticas por motivos raciales de sus residentes. Dicho esto, las condiciones de vida eran claramente pobres entre residentes de Chinatown, pero esto era más bien debido a que el gobierno había sido reacio a ofrecer servicios sanitarios y de limpieza en la zona, a pesar de las incontables peticiones de líderes de la comunidad.

Este imaginario racial en la salud pública ha tenido un impacto duradero en las políticas gubernamentales. La primera ley de inmigración de Canadá, el Acta de Inmigración de 1869, fue justificada parcialmente por la supuesta necesidad de detener la extensión de enfermedades como el cólera o la tuberculosis: migrantes tenían que mostrar documentación indicando discapacidad o enfermedad antes de partir hacia Canadá. A quienes estaban bajo sospecha de contagio se les negaba la entrada. El movimiento por la higiene mental de los años 10 y 20, promovido por la creencia de que la gente racializada era ‘mentalmente deficiente’ luchó para mejorar la fortaleza mental de la población canadiense mediante políticas eugénicas, incluyendo la segregación, la esterilización y el control migratorio. El trabajo de dicho movimiento contribuyó a las “demandas excesivas” actuales, que efectivamente bloquean a la gente discapacitada (leída como una carga para la sociedad) de migrar a Canadá. Los miedos sobre la salud se han movilizado una y otra vez para justificar los numerosos elementos que han dado forma al sistema racista migratorio canadiense, un sistema que había baneado a migrantes de origen chino entre 1923 y 1947 y que continúa discriminando implícitamente mediante un sistema de puntos.

El brote actual ha levantado peticiones para la aplicación de  cuarentenas masivas y restricciones en las fronteras con el foco en la gente china como un medio para la contención. Miles de padres pidieron a la Junta Escolar del Distrito de la Región de York que se evitara la entrada a estudiantes con familias que hubieran visitado China a las escuelas por un período de 17 días. Estas peticiones, como aquella en la que se demandaba al gobierno la suspensión de todos los vuelos desde China a Canadá, aludían a la gente china como portadora de síntomas. Una de las personas que firmaba la petición incluso se refirió al coronavirus como “enfermedad china”. A pesar de ello, intelectuales de la salud pública como la doctora Rebecca Kats y el doctor Tom Inglesby han demostrado que las restricciones de viajes a nivel amplio han resultado tener, en el mejor de los casos, resultados mixtos. En el peor de los casos, estas intervenciones han empeorado la crisis aumentando el pánico público, previniendo la llegada de ayuda experta e internacional y creando escasez de recursos en alimentación. Este ha sido el caso en intentos pasados de implementar cuarentenas masivas y vetos de viajes en respuesta al VIH, H5N1, H1N1 y el ébola.

En este ambiente de pánico y ansiedad, lo más impactante de la respuesta a la epidemia actual ha sido el desprecio y la insensibilidad hacia las personas más afectadas.

En lugar de abogar por políticas conducidas por miedos racistas, una mejor respuesta a los brotes sería combatir la débil infraestructura sanitaria pública. En Ontario, donde se dieron los primeros casos de coronavirus en Candadá, el gobierno de Ford estuvo en proceso de consolidar 35 unidades de la salud pública en 10. Estas unidades ofrecen programas de vacunas, investigaciones acerca de los brotes de enfermedades infecciones e inspecciones en restaurantes; todas cruciales para la prevención y control de epidemias. Existe el temor de que estos programas pudieran afectar a los servicios en el momento en el que estas unidades tuvieran que servir en áreas geográficas mucho más grandes. El gobierno de Ford ha propuesto planes para recortar los gastos de la sanidad pública local, dejando a los municipios los costes del 30% de todo el servicio público sanitario. También ha habido recortes a la sanidad electrónica, los servicios de ambulancia y la investigación médica. Estos recortes se añaden a los cambios en el Acta de Estándares de Empleo, que habían eliminado los pagos de los días por baja médica y solicitaban a trabajadores certificados de enfermedad para abandonar el trabajo. Forzando a trabajadores en estas condiciones a trabajar, el gobierno de Ford ha dejado poco lugar a la mitigación de la transmisión de enfermedades.

Finalmente, en este ambiente de pánico y ansiedad, lo más impactante de la respuesta a la epidemia actual ha sido el desprecio y la insensibilidad hacia las personas más afectadas. Amistades y familias en Canadá con casos positivos de coronavirus se han sentido desesperadas y preocupadas. Incluso así, estas personas y la gente china en general, han sido etiquetadas como “zombies” y “pestes”, despojándose así de la humanidad de quienes perpetúan estos gestos racistas bajo el manto de defensa por la salud pública. En vistas a la desastrosa gestión y al abandono, residentes de Wuhan se han movilizado con el objetivo del apoyo mutuo, con personas voluntarias que ofrecen transporte para trabajadores de la salud, distribución de suministros para hospitales poco preparados y alojamiento y comida para quienes lo necesitan. Quizás deberíamos aprender algo de estas personas que luchan colectivamente contra la crisis de la epidemia. Rechacemos la deshumanización y procedamos con empatía, solidaridad y cuidados.