Policía antidisturbios en el Admiralty tras enfrentamiento con manifestantes, 31 de agosto de 2019. Foto: Alex Yun para Lausan.

Imaginando el fin de la policía

¿Qué significa ‘el imperio de la ley’ en una sociedad amañada?

Texto original: 【Imagining the end of the police】, publicado en Popula. Republicado con permiso.

Autor: JP

Traducido del inglés por Maltshake.

Traducido por voluntarios de nuestra comunidad. Póngase en contacto con el equipo de traducción si tiene preguntas. Lee el artículo en inglés, chino, indonesio y francés.

¿Cuál es la utilidad de la policía? Muchos manifestantes hongkoneses se preguntan esto. El 11 de agosto fue uno de los momentos más entenebrecidos de las protestas recientes, después de que la policía antimotines cegó a una proveedora de primeros auxilios, lanzó gases lacrimógenos a dos estaciones del metro, y brutalmente asaltaba a lxs manifestantes y a lxs transeúntes.

Aunque el movimiento de protesta más reciente empezó como resultado de oposición generalizada a la ley de extradición—ahora suspendida sino no formalmente retirada—que permitiría la extradición de disidentes u otros de Hong Kong para juicio y detención en China, las demandas del movimiento se han desarrollado. No sólo se moviliza mucha gente en contra del incumplimiento de deber de la Fuerza Policial de Hong Kong (HKPF), sino también cuestiona el derecho de la HKPF y del gobierno del cual toma sus órdenes—de hacer respetar la ley y el orden público, y igualmente lo que significa “la ley y el orden público”. Al hacerlo, los manifestantes hongkoneses radicalmente se replantean lo que significa ser un ciudadano de la ciudad.

“Ciudadano” puede referir igualmente o al estatus legal designada de una persona o a la auto-identificación con una comunidad política. El concepto del “buen ciudadano” en Hong Kong siempre ha seguido los intereses del estado y del capital financiero. 

En 1966, So Sau-chung, quien tenía 27 años, comenzó una huelga de hambre en el muelle de la Star Ferry, protestando un aumento en precios de viaje que constituiría una carga injusta en los obreros. Mientras la gente se congregaron afuera de la entrada al muelle, So fue detenido y acusado de haber obstruido la entrada. Varios manifestantes se desfilaron a las oficinas del gobierno colonial británico y discutieron que la detención de So había sido improcedente; siguieron adelante con manifestarse en Tsim Sha Tsui por tres noches. Con la escalación de protestas, algunos empezaban a arrojar piedras y destruir propiedad pública.

Previsiblemente, la policía antimotines formó para acabar con la protesta con gases lacrimógenos, bastones, y finalmente un toque de queda: estos jóvenes “estaban provocando problemas”. Con posterioridad, el gobierno estableció una Comisión de Encuesta para investigar las causas de lo que nombró “los disturbios de Kowloon”. Los administradores coloniales británicos habían afirmado anteriormente que una conciencia política no existaba en Hong Kong; en una entrevista en 1960 con el periódico South China Morning Post, el Ministro del Estado para Asuntos Coloniales dijo que la gente de Hong Kong “se concentraban más en su vida cotidiana”.

La Comisión describiría, más tarde, el movimiento en contra de aumentar el precio de viaje como un motín esporádico de cólera resultando de una combinación de fracasos de comunicación gubernamental, actitudes negatives respecto a la policía, y el aburrimiento endémico de los jóvenes, en vez de un grito serio y significativo para cambio político. Esto era una designación basada en clase social y en raza: hombres hongkoneses de origen chino y de la clase obrera no posiblemente podría ser súbditos políticos. En sus recomendaciones finales, la Comisión propuso el desarrollo de servicios sociales para promover “la energía de comunidad saneada”, que sea, presumiblemente, para disciplinar a estos jóvenes rebeldes y convertirse en súbditos obedientes y productivos.

Al leer a contrapelo del historial colonial, se ve que la gente de Hong Kong nunca eran destinatarios pasivos de tanta transformación desde arriba. Una petición pública en contra del aumento de precios de viaje de la Star Ferry recogió 174.398 firmas—una gran hazaña en los 1960s—y incluyó el siguiente comentario de un partidario: “Los ciudadanos ya están infelices; si al gobierno no importa esto, con resultado que sigue haciendo lo que tiene intenciones que hacer, entonces los intereses de los ciudadanos hongkoneses estarán desatendidos y ellos perderán todas futuras protecciones.” Ya en 1966 se empezaba a ver una concepción paralela del “ciudadano hongkonés” como capaz de presentar sus exigencias contra un gobierno inmune—y contra una fuerza policial tomando medidas en contra de ellos con impunidad.

La historia rima a menudo. La autoridad podría haber pasado del imperio británico al estado chino y al gobierno local hongkonés, pero la prioridad del “orden público” permanece. El ciudadano hongkonés ideal es un súbdito disciplinado que intenta pasar desapercibido, va al trabajo, y guarda una confianza firme en la inviolabilidad de la autoridad. Están dispuestos a vender su libertad por la ilusión de “estabilidad y prosperidad”. A cambio, el estado autoritario, habiendo capturado y apropiado las estructuras coloniales británicas que permitían el aprovechamiento de los recursos de Hong Kong—la única moneda de cambio de la ciudad, según el orden global neoliberal—puede concentrar la autoridad adentro de sus fronteras mientras tiende proyectos neocoloniales al extranjero.

Los manifestantes hongkoneses, entre la espada y la pared, se han quedado constantes en su resistancia a estos intentos a volverlos a formar en una población dócil. El caso de Ken Tsang, un asistente social golpeado durante una operación de despeje en las protestas hongkoneses de 2014, hizo estallar una protesta clamorosa significante contra la brutalidad policial. Más recientemente, los manifestantes hongkoneses han condenado el uso de fuerza excesiva de la HKPF para reprimir a manifestantes y civiles, deliberadamente eligiendo periodistas como blancos, supuestamente confabulándose con delincuentes para atacar a civiles en Yuen Long, procesamientos politizados, y prohibiciones injustificables sobre manifestaciones pacíficas.

A nivel más fundamental, los manifestantes hongkoneses cuestionan el significado del imperio de la ley dado que las reglas pueden ser cambiadas arbitrariamente por una legislatura amañada y un gobierno inmune en deuda con el poder autoritario de China. También prestan atención al poder ejercido en la ciudad por los oficiales de la época colonial en virtud de su raza y clase, y el entrenamiento y el armamento de la policía hongkonesa que continúa, todavía proporcionados por los británicos—el legado colonial que creó la infraestructura para sostener a cualquier precio “el orden público” en vez de la voluntad pública.

Hacía mucho tiempo que los manifestantes hongkoneses habían reconocido que el concepto de ‘la delincuencia’ sí mismo es convenientemente maleable; se usaba en 1966 para describir el comportamiento “desenfrenado” de hombres jóvenes de clase obrera protestando el aumento de precios de viaje de barca, y la policía ahora lo usa como justificación para detener a cualquiera persona: a hongkoneses precipitándose a la legislatura, a un estudiante llevando 10 punteros láser en su mochila, a una líder comunitaria transmitiendo en vivo operaciones.

Es muy posible que esta crítica de “delincuencia” siente las bases para pasar de una postura opuesta a la HKPF a una opuesta totalmente a fuerzas policiales—es decir, una política abolicionista. Como Angela Davis escribe en Abolition Democracy, la democracia igualitaria sólo surgirá cuando todas las estructuras de dominación se suprimen. Además de eliminar la existencia de la policía y las cárceles, debemos, en las palabras de Davis, “impugnar la autoridad absoluta de la ley”: tenemos que comprometernos al proceso de imaginar soluciones a problemas estructurales—estilos de relacionarse el uno al otro—para sí mismos, y más allá de sistemas preconstituidos diseñados para mantener el status quo.

El siguiente paso—uno ya tomado por algunos pensadores y comentaristas—es robustecer la conexión entre la violencia policial creciente dirigida contra los manifestantes, y la violencia cotidiana sufrida por los que quedan excluida del modelo ideal de la ciudadanía asociado con los hongkoneses chinos de clase media. Mientras manifestantes hongkoneses luchan contra la violencia realizada por “policías brutales” y dirigida contra manifestantes, igualmente tienen que cometerse a luchar la designación arbitraria de unas comunidades específicas como “delictivas”. Sólo en 2013, la HKPF ejecutó 1,6 millones de acciones de detener e investigar—cuatro veces más que el número ejecutaron por las fuerzas policiales de Londres y Nueva York—desproporcionadamente dirigidas contra minorías.

Después de una protesta en Tuen Mun en la cual varios manifestantes acusaban y hostigaban a algunas mujeres que fueran “prostitutas de la China continental”, las trabajadores sexuales que reciben el peso de campañas policiales “contra el vicio” preguntaban por qué no se ven como aliados en la lucha contra la brutalidad policial. Hong Kong tiene la proporción más alta de prisioneras (de la población de prisioneros total) en el mundo. Los académicos han observado que para las trabajadores sexuales migrantes en particular, hay una “‘cinta transportadora’ que lleva mujeres desde la estación policial, por los tribunales, e invariablemente a la cárcel”.

La frontera sí misma es un sitio de disciplina donde los ciudadanos se incluyen o excluyen según indicadores de raza, sexo, y clase; legibles como miembros productivos de la economía de un centro global de actividad financiera, o explotadas como manos de obra reproductivas, inelegibles para exigir salarios decorosos, provisión de vivienda, o residencia permanente, unos derechos rutinariamente otorgados a otros (que interprete: caucásicos/as) extranjeros. La misma construcción de la frontera se nos impide que exploremos formas de autodeterminación que no dependen de la inclusión de algunos a expensa de excluir a otros—y es cierto que esto incluye volver a pensar en la frontera entre Hong Kong y China de una manera exceptuando al chovinismo nativista.

“No hay amotinados, sólo la tiranía.” Una política abolicionista para Hong Kong no sólo es posible sino ya realizándose. Lo vemos en las críticas de la HKPF, tanto como en discusiones de estrategia, por la red y en las calles, que rehusan divisiones y ofrecen solidaridad en contra de injusticia sistémica política y económica. Los manifestantes hongkoneses aprenden nuevas técnicas de autoayuda y asistencia mutual diseñadas a sustentar a personas de todos origenes, a través de todas divisiones posibles.

Esto no es lo romántico de protesta; es un entendimiento resistente y práctico de lo requerido para preservar al individuo y al colectivo, no importa si en las calles, en protestas pacíficas, a un lado u otro de una frontera, o detrás de una pantalla de ordenador portátil. Un sentido de comunidad y responsabilidad, en vez de disciplina violenta desde arriba. “Escalamos la montaña según nuestro parecer hacia la misma cima.” Mientras continuamos según nuestro parecer a resistirnos a la Fuerza Policial de Hong Kong, es muy posible que la cima de nuestra imaginación se surja en forma de un colectivo nuevo y anti-carcelario.